lunes, 14 de julio de 2014

No te dejo de alentar

Estimado lector,

En un país en donde la Fanfarria de los guardias pretorianos de la Patria se presta a las provocaciones futboleras en el mismísimo día en que la República festeja un nuevo aniversario sólo la decadencia es posible. En estas últimas semanas asistimos, una vez más, a la propagación de ese nacionalismo futbolero que saca lo peor de la gente. En rigor, no es que el nacionalismo futbolero saque lo peor de la gente, es que la peor gente sale a la luz a medida que se instala el nacionalismo futbolero.

Que se entienda: yo no estoy en contra del deporte. Al contrario, he sido siempre tanto un practicante como un promotor del deporte. Pero hay deportes y deportes. En algunos de ellos, los atletas se imponen, en otros, en cambio, los atletas son precisamente los que menos consiguen. El fútbol, como es obvio, es un deporte de éste último tipo. ¿O de qué otro modo se explica el éxito que alguna vez supo cosechar ese muchacho semianalfabeto y drogadicto de Diego Maradona? 

La última Copa del Mundo de Fútbol Asociado exacerbó el nacionalismo futbolero, el cual, como era lógico, derrapó ocasionando una violencia innecesaria en Buenos Aires y otras ciudades argentinas. Si se vende la ilusión de que Argentina es el mejor país del mundo y nos damos de bruces contra la realidad, ¿acaso no es una razón válida para indignarse?

Ciertamente podría alguien sostener que resulta antiargentino empañar la celebración de la mediocridad de un subcampeonato destruyendo un pedazo de la República. Pero creo yo que es más antiargentino renunciar a la gloria total, la que nos merecemos desde 1816 por lo menos. Esos originarios –esos “incluidos” del sistema por “mamá” Cristina–, al destrozar las calles enajenados por la droga y la decepción, están reaccionando visceralmente como argentinos. Aunque muerdan a la mano que les da de comer, se ve que a sus almas las tocó el espíritu de la argentinidad. Por ello destruyen. Con sus cabellos quiscudos y sus pieles bronceadas en ausencia del sol, con su salvajía y su barbarie, repudian a la mentira de los relatos. Instintivamente (porque no pueden hacerlo de otro modo) comprenden que, por más que Argentina esté para grandes cosas, son los pequeños hombres del Plata quienes impiden que el triunfo nacional se materialice.

Por ello me enorgullece lo que las niñas del seleccionado nacional de hockey sobre césped hicieron recientemente. Obligadas a prostituir sus éxitos para alimentar unas fabulaciones intolerables, renunciaron a vestir los colores del país. Esa es la mejor manera de defender a la Patria: no colaborar con el Ejército de Ocupación.

El enojo de estas muchachas en flor se empezó a cultivar el año pasado, cuando el cleptócrata Aníbal Fernández (el autoimpuesto mandamás del hockey federado argentino) negoció con el nefasto José Alperovich la organización de un torneo internacional de su deporte en Tucumán. Todo en aquel evento fue un desastre.

En primer lugar falló el calendario: elegir una zona subtropical del hemisferio sur para competir en el mes de noviembre es, simplemente, bananero. Las altas temperaturas afectaron a las jugadoras, tanto a las argentinas como a las extranjeras, quienes hasta temieron de morir insoladas. Después primó el encierro: si bien los saqueos llegarían unos días después de concluido el torneo, a ninguno de los visitantes les pareció demasiado agradable la imagen que presenta San Miguel de Tucumán por fuera de las Cuatro Avenidas. Así, con la excusa de evitar el calor, la mayor parte de las jugadoras de hockey se limitaron a permanecer en los hoteles, haciendo esporádicas excursiones al exterior más con espíritu aventurero que con auténtico interés turístico.

Finalmente el otro gran fracaso de aquella oportunidad fue la infraestructura. Pese a que el Moloch había destinado una suma descomunal para construir un estadio de escaso lujo, el torneo comenzó con la obra aún sin haber sido concluida. Unos días antes, a través de los diarios, se pidió la colaboración de voluntarios para que se acercasen al lugar y aunque sea ayudasen a pintar, para que el impacto de la improvisación quedase mínimamente mitigado.

Tras la traumática experiencia tucumana, las jugadoras de hockey notaron que las estaban usando con fines nada agradables y optaron por lo más digno: presentar sus renuncias. ¿Acaso nuestro Gobernador y nuestra Presidente, más allá de sus apellidos, no pueden imitar ese ejemplo de argentinidad y renunciar ellos también? ¿Les falta dignidad o es que nunca la han tenido?


César Thames 

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