miércoles, 9 de julio de 2014

El buitre vernáculo

Apreciado lector,

Quiso Dios que el 9 de Julio me encontrase en Tucumán. Tenía pensado viajar al extranjero por estas fechas para arreglar algunos asuntos financieros ante el default inminente, pero pospuse mi viaje unos días por motivos que no vienen al caso. Pude yo así ver como el Ejército de Ocupación Kirchnerista oprobiaba a la Patria enviando al truhán de Amado Boudou para que encabece el acto por la Declaración de Independencia de 1816.

Unos días antes de presenciar esta afrenta contra la argentinidad, hube yo concurrido a una reunión organizada por el gobierno tucumano en la restaurada Casa Bazán, lo que ahora se conoce como “Casa Histórica”, “Casa de la Independencia” o “Casita de Tucumán”, por ser sede de un museo que figura en el reverso de las monedas de 50 centavos. Yo fui invitado en calidad de empresario, aunque quise que se me anunciase como miembro del Instituto Argentino de Ciencias Genealógicas. Podría haber apelado a cualquier otra afiliación o sacado a relucir cualquier otro título, pero creo que mi pertenencia a la mentada institución dejaba en claro que yo no soy un buscavidas sino un guardián de la tradición argentina, y que mi presencia en ese tipo de actos tiene por fin enaltecer la conmemoración. En la kermés de la calle Congreso de Tucumán, me encontré con unos pocos amigos, algunos conocidos y un interminable y patético desfile de nouveaux riches, muchos de ellos gente de negocios, pero la gran mayoría meros politicastros. No resistí mucho y me fui del lugar antes de que los oradores terminaran con sus parloteos. ¡Hasta el Rabino Sergio Bergman, el mismo cobarde que votó por convertir al pañuelo de las madres de los subversivos en emblema nacional, estaba presente! “¿Qué tendrá que ver toda esa gente con aquellos grandes hombres que se atrevieron a firmar un acta para dar nacimiento a la República?” es algo que todavía me pregunto. La gran mayoría de esos convidados no sólo no tienen sangre de próceres, ni siquiera tienen el espíritu de gloria que guiaba a nuestros hombres.

Después de ese episodio tuve que tolerar la telenovela del acto del 9 de Julio. Desde 1991, San Miguel de Tucumán es declarada Capital del país por un día, en una suerte de gesto simbólico que pretende ser una celebración del federalismo. Por ello la presencia del Presidente de la Nación en la ciudad para esa fecha se ha vuelto algo común. Este año se esperaba contar con la repugnante visita de Cristina Fernández de Kirchner, pero en su lugar recibimos algo mucho peor: al procesado Amado Boudou. Antes de que el Vicepresidente llegase rodeado de ministros (y hasta de un Diputado Nacional bonaerense que se atrevió a empapelar la ciudad con carteles lanzando su candidatura presidencial para 2015), hubo todo un sainete kirchnerista mal guionado. Aparentemente Cristina Fernández de Kirchner iba a dar un encendido discurso sobre la independencia económica y la soberanía política, con los papanatas de José Mujica, Evo Morales, Rafael Correa y Nicolás Maduro como aplaudidores de lujo. Todo ello el 9 de Julio, para que los congresales de 1816 se revuelquen en sus tumbas. Pero al Ministro de Economía Axel Kicillof lo obligaron a viajar a Nueva York por la misma fecha para acordar un plan de pago con el cual regalarles el patrimonio económico nacional a los acreedores extranjeros, por lo que todo quedó cancelado. La Presidente estiró su licencia por cuestiones médicas, y el polémico Boudou apareció como su reemplazante natural.

Al principio se creyó que la presencia del dueño de la máquina de hacer billetes no resultaba del todo conveniente, así que se anunció que el que iba a ir a encabezar los agasajos hacia la Patria era el bandido Gerardo Zamora, actual Senador Nacional pero más conocido por haber sido el tiranuelo que gobernó por ocho años consecutivos a la vecina Santiago del Estero. Sin embargo los Alperovich están enemistados con Zamora desde que éste les robase a ellos el puesto que a fuerza de obsecuencia extrema habían conseguido en la pirámide de poder kirchnerista, por lo que se dice que fueron ellos mismos quienes demandaron la presencia de su amigo y aliado Amado Boudou. Prometieron recibirlo como a un príncipe.

De esa manera el delincuente se hizo presente. Pasó velozmente por la Casa de la Independencia (aprovechando para devaluar a las páginas del libro de visitas ilustres), y luego se dirigió a un teatro sobre calle San Martín para hacer su discurso. Allí habló de colonialismo, de Juan Perón y, claro, de Cristina y Néstor Kirchner. No fue un acto cívico, sino un acto político. Mejor así, ya que este infeliz no puede decir nada sobre los ínclitos de la Patria, pero si puede hablar con infatuación sobre todos esos populistas que tanto daño le han hecho a la Argentina.

Afuera del teatro el escenario fue la triste postal de siempre: gente arreada por dinero y alimentos, periodistas agredidos, manifestantes que no fueron escuchados, y miles y miles de ciudadanos listos para profesar algo así como un jacobinismo de masas motivado por once muchachos corriendo detrás de un pelota mientras al país los devoran los buitres foráneos y vernáculos.  



César Thames

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