Apreciado lector,
Quiso Dios que el 9 de Julio me
encontrase en Tucumán. Tenía pensado viajar al extranjero por estas fechas para
arreglar algunos asuntos financieros ante el default inminente, pero pospuse mi
viaje unos días por motivos que no vienen al caso. Pude yo así ver como el
Ejército de Ocupación Kirchnerista oprobiaba a la Patria enviando al truhán
de Amado Boudou para que encabece el acto por la Declaración de
Independencia de 1816.
Unos días antes de presenciar
esta afrenta contra la argentinidad, hube yo concurrido a una reunión
organizada por el gobierno tucumano en la restaurada Casa Bazán, lo que ahora
se conoce como “Casa Histórica”, “Casa de la Independencia ” o
“Casita de Tucumán”, por ser sede de un museo que figura en el reverso de las
monedas de 50 centavos. Yo fui invitado en calidad de empresario, aunque quise
que se me anunciase como miembro del Instituto Argentino de Ciencias
Genealógicas. Podría haber apelado a cualquier otra afiliación o sacado a
relucir cualquier otro título, pero creo que mi pertenencia a la mentada
institución dejaba en claro que yo no soy un buscavidas sino un guardián de la
tradición argentina, y que mi presencia en ese tipo de actos tiene por fin
enaltecer la conmemoración. En la kermés de la calle Congreso de Tucumán, me
encontré con unos pocos amigos, algunos conocidos y un interminable y patético
desfile de nouveaux riches, muchos de
ellos gente de negocios, pero la gran mayoría meros politicastros. No resistí
mucho y me fui del lugar antes de que los oradores terminaran con sus
parloteos. ¡Hasta el Rabino Sergio Bergman, el mismo cobarde que votó por
convertir al pañuelo de las madres de los subversivos en emblema nacional,
estaba presente! “¿Qué tendrá que ver toda esa gente con aquellos grandes
hombres que se atrevieron a firmar un acta para dar nacimiento a la República ?” es algo que
todavía me pregunto. La gran mayoría de esos convidados no sólo no tienen
sangre de próceres, ni siquiera tienen el espíritu de gloria que guiaba a nuestros
hombres.
Después de ese episodio tuve que
tolerar la telenovela del acto del 9 de Julio. Desde 1991, San Miguel de
Tucumán es declarada Capital del país por un día, en una suerte de gesto
simbólico que pretende ser una celebración del federalismo. Por ello la
presencia del Presidente de la
Nación en la ciudad para esa fecha se ha vuelto algo común.
Este año se esperaba contar con la repugnante visita de Cristina Fernández de
Kirchner, pero en su lugar recibimos algo mucho peor: al procesado Amado Boudou.
Antes de que el Vicepresidente llegase rodeado de ministros (y hasta de un
Diputado Nacional bonaerense que se atrevió a empapelar la ciudad con carteles
lanzando su candidatura presidencial para 2015), hubo todo un sainete kirchnerista
mal guionado. Aparentemente Cristina Fernández de Kirchner iba a dar un
encendido discurso sobre la independencia económica y la soberanía política,
con los papanatas de José Mujica, Evo Morales, Rafael Correa y Nicolás Maduro
como aplaudidores de lujo. Todo ello el 9 de Julio, para que los congresales de
1816 se revuelquen en sus tumbas. Pero al Ministro de Economía Axel Kicillof lo
obligaron a viajar a Nueva York por la misma fecha para acordar un plan de pago
con el cual regalarles el patrimonio económico nacional a los acreedores
extranjeros, por lo que todo quedó cancelado. La Presidente estiró su
licencia por cuestiones médicas, y el polémico Boudou apareció como su
reemplazante natural.
Al principio se creyó que la
presencia del dueño de la máquina de hacer billetes no resultaba del todo
conveniente, así que se anunció que el que iba a ir a encabezar los agasajos
hacia la Patria
era el bandido Gerardo Zamora, actual Senador Nacional pero más conocido por
haber sido el tiranuelo que gobernó por ocho años consecutivos a la vecina
Santiago del Estero. Sin embargo los Alperovich están enemistados con Zamora
desde que éste les robase a ellos el puesto que a fuerza de obsecuencia extrema
habían conseguido en la pirámide de poder kirchnerista, por lo que se dice que
fueron ellos mismos quienes demandaron la presencia de su amigo y aliado Amado
Boudou. Prometieron recibirlo como a un príncipe.
De esa manera el delincuente se
hizo presente. Pasó velozmente por la
Casa de la
Independencia (aprovechando para devaluar a las páginas del
libro de visitas ilustres), y luego se dirigió a un teatro sobre calle San
Martín para hacer su discurso. Allí habló de colonialismo, de Juan Perón y,
claro, de Cristina y Néstor Kirchner. No fue un acto cívico, sino un acto
político. Mejor así, ya que este infeliz no puede decir nada sobre los ínclitos
de la Patria ,
pero si puede hablar con infatuación sobre todos esos populistas que tanto daño
le han hecho a la
Argentina.
Afuera del teatro el escenario
fue la triste postal de siempre: gente arreada por dinero y alimentos, periodistas
agredidos, manifestantes que no fueron escuchados, y miles y miles de
ciudadanos listos para profesar algo así como un jacobinismo de masas motivado
por once muchachos corriendo detrás de un pelota mientras al país los devoran
los buitres foráneos y vernáculos.
César Thames
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