sábado, 14 de diciembre de 2013

El atornillado

Estimado lector,

El miércoles me encontraba en el Jockey Club de San Miguel de Tucumán cuando, complacido, atestigüé la manifestación masiva que se gestó en contra de José Alperovich. Por supuesto que yo, debido a mi conciencia cívica, no me privé de sumarme a la multitud que protestaba. Lo que pude percibir es que esa concentración humana se trataba de una pluralidad unida: había conservadores y progresistas, ultraizquierdistas y ultraderechistas, ricos y pobres, jóvenes y viejos, en fin, en la Plaza Independencia el miércoles se vio a toda clase de tucumanos unidos por la lucha en contra de la tiranía más nefasta en la historia de la provincia.

Ciertamente el cachetazo popular obliga a Alperovich a bajarse del camello. Pero el Sultán aún no lo ha hecho. Y es difícil decir si en definitiva lo va a hacer, o si, por el contrario, mantendrá su actitud negacionista y escurridiza hasta que algún nuevo acontecimiento le sirva como cortina de humo. Conociéndolo, lo más probable es que ocurra lo segundo. Lamentablemente para nosotros.  

Hasta ahora el único cambio que Alperovich ha efectivizado es el del Jefe de la Policía; el Ministro de Seguridad Ciudadana, Jorge Gassenbauer, sigue cómodo en su sillón –“atornillado”, como se dice en la jerga popular–, pese a tener una enorme  responsabilidad en haber permitido que en Tucumán proliferen las trincheras y las barricadas. Es que Gassenbauer es parte de la mesa de decisiones del Gobernador, por lo que no sólo es uno de la etnia sino que también es uno de “la familia”. Expulsar a ese incompetente del cargo sería como darse un puntapié a si mismo.

Gassenbauer llegó a su puesto el año pasado, después de que un grupo de jueces correctamente evitó hacer la voluntad de Susana Trimarco y, desmadrada, la señora de los subsidios multimillonarios embistió contra el Gobernador invocando a Cristina Kirchner (que todavía en ese entonces no se había consagrado como la mejor intérprete de la danza macabra, tal y como a la vista de todos lo hizo sin pudor alguno recientemente en la "Fiesta de la Democracia"); Alperovich, buscando evitar la pérdida de madrinazgo, acordó descabezar al Ministerio de Seguridad Ciudadana para tener un chivo expiatorio, y allí apareció Gassenbauer como sustituto. La ocupación de esa cartera ministerial por parte de este sujeto hacía suponer que se venía una reestructuración en el ámbito policial, ya que, como indiqué, a primera vista Gassenbauer equivale a Alperovich, y es probable que el jinete de dromedarios –que conoce muy bien el asunto de poner prestadores de nombres para ocuparse de los asuntos propios– no juegue a la ruleta rusa con su propia imagen. Un año después comprobamos que la reestructuración no ocurrió y que el Zar se pegó un tiro a si mismo.

Lo más reprochable del “manejo” de la protesta policial que hizo Alperovich fue su rapidez para vaciar las concesionarias de autos de su familia el día lunes, mientras le decía a la prensa que estaba por solucionar el inconveniente del acuartelamiento. Eso demuestra cuan ruin y miserable es este empresario devenido Gobernador. Por supuesto que, a fin de evitar el pánico, no le correspondía anunciar que el malón iba a avanzar por la ciudad, pero si su sospecha o certeza era que el caos se estaba avecinando, lo más lógico hubiese sido que use sus habilidades de negociador (habilidades que debe tener bien cultivadas) para impedir que decenas de comercios fuesen saqueados y que unos pobres infelices muriesen en el intento, evitando con ello además que miles de familias se vean presas del terror. Pero no lo hizo. Por ello, tras la manifestación del miércoles, la gente optó por ir a manifestarse directamente ante el frente de su residencia. Esto ya no es un tema político sino una cuestión personal. 
  
Lo más triste de todo este asunto es que Alperovich, en lugar de asumir la responsabilidad como hizo en Jujuy su paisano Eduardo Fellner, apuntó en contra de otros. Primero dijo que la policía disidente era la culpable de los saqueos (y por eso empezaron a publicitar la persecución contra un grupo de agentes del orden de mala traza) y después señaló a políticos y sindicalistas opositores como los artífices de la reacción ciudadana en su contra (con el propósito de crear sentimientos encontrados en un pueblo que pide a gritos su destitución).

Ciego, sordo y mudo, Alperovich repone los cientos de autos en su concesionaria mientras la tempestad sacude a la provincia de un lado al otro. El sillón del ilustre Lucas Córdoba le ha quedado grande, y, en lugar de bajarse para que otro lo ocupe, sólo atina a atornillarse al mismo.



César Thames

martes, 10 de diciembre de 2013

Vuelva General

Apreciado lector,

Hoy, 10 de diciembre de 2013, se cumplen treinta años desde que un opaco hombrecillo se puso una banda presidencial e inauguró lo que la historiografía ha dado en llamar “la Democracia”. Tres décadas de caos económico, tres décadas de resquebrajamiento del tejido social, tres décadas de subversión cultural, en fin, tres décadas de demagogia es lo que nos toca hoy ¿celebrar? ¿conmemorar? ¿lamentar?

Personalmente el 10 de diciembre es un día más en mi calendario: no me alegra ni me entristece. Mi santoral indica que hoy es la festividad de Nuestra Señora de Loreto, una advocación mariana que nació en el siglo XIII cuando un grupo de ángeles trasladó la casa de la Virgen María a Europa para evitar que los sarracenos en Tierra Santa la profanaran. Casualmente ayer por la tarde pensaba en lo oportuno que sería contar con un cortejo de ángeles que me facilitase mi mudanza para dejar estas barbarizadas tierras del Tucumán y me llevasen hacia donde reina la civilización. Es que, como a muchos de mis compatriotas, me tocó padecer la inquietud de verme atacado por un malón.

En efecto, ayer fue un día lleno de tribulaciones. Durante horas los originarios tomaron las calles de San Miguel de Tucumán y Nueva Tierra de Promisión para delinquir sin el temor a ser reprimidos por la fuerza policial acuartelada. Un enjambre de motocicletas recorrió la ciudad causando pánico en la gente, especialmente en aquellos desafortunados propietarios de comercios (se salvaron, sin embargo, los sindicatos, las fundaciones de lucha contra la trata de persona, las concesionarias de autos, las viviendas de los políticos y otros lugares que hubiesen significado provechosos botines para la delincuencia). La gran mayoría de esos “ilustres” seres de piel bronceada y cabellos duros que delinquían del mismo modo en que alguna vez lo hicieran sus antepasados eran jóvenes, gente nacida en los años en que aquel pelele que cité al principio gobernaba, o arrojados a la vida durante la década en que un mercachifle árabe creyó poder devenir Sultán de mi amada Argentina. Los hijos de “la Democracia” le prepararon la fiesta de aniversario a su madre de la mejor forma en que saben hacerlo: mancillándola.

Es que estos obscuros jamás han entendido lo que es la democracia, porque nunca han tenido la oportunidad de experimentarla. Y estos últimos treinta años, en lugar de funcionar como escuela para la originada, sólo han servido para arrebatarles la instrucción cívica y la dignidad ciudadana, convirtiéndolos, primero, en aquella masa salvaje que un General –Juan Domingo Perón– supo manipular para construir un poder que violenta las instituciones republicanas, y transformándolos después en aquella turba bruta que otro General –Julio Argentino Roca– supo domesticar a través de las armas.  

Sin embargo no son esos Generales los que la patria hoy en día necesita. Creo yo que, más bien, el General que a la Argentina le urge convocar viste un hábito negro y responde al nombre de “Ignacio de Loyola”. Evidentemente quien puede traer ese liderazgo a nuestras tierras es su discípulo que oficia de Obispo de Roma. Ante tanta conflictividad social una voz pacificadora como la del Papa Francisco es lo que Argentina requiere. También sería bueno que fuesen reconstituidas las viejas misiones jesuíticas que pululaban por estas tierras antes de la Pragmática Sanción de 1767, ya que, sin ellas, “el Braian”, “la Yamila” y los demás “incluidos” del kirchnerismo se vuelven en contra del orden social que los ampara y desintegran al Relato que los celebra sólo por un televisor nuevo y una cuantas botellas de vino azul.



César Thames