Estimado lector,
Probablemente usted ya esté tan
hastiado de la propaganda electoral como lo estoy yo. Y si no lo está debería
de estarlo, pues por más que uno se detenga a escuchar a los candidatos sabe de
antemano que sólo se puede elegir entre los miembros de una legión de chupópteros.
Entonces unos segundos de eslóganes, de proclamas o de exhortaciones, sumados a
las espeluznantes imágenes de los rostros de los candidatos (que, en algunos
casos, parecieran haber sido robadas de los archivos de la policía), generan un
dolor similar a la angustia de saber que nuestro futuro es lamentablemente
negro.
La UCR tucumana abunda en materia de candidatos:
presenta cinco listas. Dos de ellas son encabezadas por afiliados al
centenario partido que juegan con más esperanzas que expectativas. Luego está
la lista de Ariel García –un gordinflón que proviene del sur gaucho de Tucumán–
al que lo acusan de estar financiándose la campaña con dinero que emana de San
Martín y 9 de Julio, y la de Guido Pérez -heredero del ya fallecido Senador Nacional del mismo nombre- de quien señalan que tiene al sindicalista Roberto Palina como inconfeso jefe de campaña. José Cano es la esperanza blanca del ucerismo, sin embargo
este dentista devenido Senador Nacional deja mucho que desear para todo aquel
elector que no sienta afinidad con la boina blanca. Los aspectos más criticables
de Cano son su entorno y sus alianzas. A los de su entorno le perdonaré los
exabruptos por ahora pero no dejaré de señalar que entre sus aliados se cuenta,
nada más y nada menos, que a Federico Masso, un puntero barrial que de
contribuir activamente con Alperovich pasó –por errores de cálculo– a
convertirse en un opositor y ahora especula políticamente más que lo haría un
hebreo ante la posibilidad de ejecutar la usura. La alianza de Cano con tan
nefasto personaje restó más de lo que sumó, puesto que terminó por alejar al
PRO de la UCR. Así
Alberto Colombres Garmendia, asqueado porque Cano escogió a Masso como
acompañante, optó por reunir fondos y lanzarse como el candidato macrista de la
provincia.
Otro ilustre apellido tucumano
que figurará en las boletas durante el día de las elecciones es el de García
Hamilton, ya que es Bernardo –aquel que fuese funcionario durante el gobierno
de Ramón “Palito” Ortega y legislador provincial durante el gobierno de Antonio
Domingo Bussi– quien se lanzó como candidato. Lo acompaña Esteban Jerez, el
viejo Némesis del mirandismo ya extinto, y se autodeclara como embajador del
NOA del ofídico Sergio Massa.
También hay un coreano que tiene
un discurso seductor pero un currículum tétrico, un hombre que representa a los
progrecínicos socialistas, otro que hace lo mismo con los desviados
democristianos, y hasta el no muy independiente hijo de un héroe del Operativo
Independencia.
De la izquierda tucumana no me
ocuparé en este texto, ya que prefiero dejarle a Dios la tarea de ajustar
cuentas con esos insistentes herejes. Sin embargo acerca de quienes si
escribiré es sobre el Frente para la Victoria, entidad teratológica cuyo enemigo
–según su propio discurso– es “la
Derecha”, por lo que se supone que se encuentra en la margen
izquierda del espectro político.
El Frente para la Victoria de Tucumán postula
como candidato a Diputado Nacional en primer término a Juan Manzur, un médico
dueño de una impresionante fortuna que, por supuesto, nada tiene que ver con su
juramento hipocrático. Manzur es poseedor de un harén de propiedades en todo el
país a las que cuida y lo alimentan, después de que gracias a la magia de las
estadísticas el índice de mortalidad infantil de Tucumán se redujera
drásticamente, catapultándolo hasta el Ministerio de Salud de la Nación. En los afiches
y los comerciales se lo ve a Juan Manzur junto a José Alperovich como a dos empresarios
extranjeros, como si fueran dos diplomáticos irakíes auspiciados por el Banco
Mundial para que sometan a su pueblo a los designios del imperialismo del
dinero.
En realidad, lo sabemos todos,
Manzur y Alperovich son dos gestores locales de ese cáncer nacional llamado
“kirchnerismo”. Pero es totalmente falso que estos sujetos de la provincia sean
empleados de Casa Rosada. Por el contrario, el alperovichismo no es un
subordinado del kirchnerismo sino que es su socio perfecto, pues, en efecto,
una y otra fuerza son exactamente lo mismo.
Eso de ser kirchnerista sin ser
alperovichista o de ser alperovichista sin ser kirchnerista es una ficción que
ni el mayor de los ilusos puede seguir creyendo aunque se esfuerce para ello. Junto
a Alperovich está Sisto Terán –alguien que supo ser un golden boy de la
UCeDé (igual que Amado Boudou)– pidiendo treinta años más del
Reich del Jefe del Sanderín, y están también las sanguijuelas amantes de la
marihuana y de la sodomía de La
Cámpora dándole su apoyo públicamente.
El kirchnerismo y el
alperovichismo van de la mano hasta para tropezar. Veamos lo más obvio.
Ricardo Jaime, un auténtico
campeón de la corrupción, tiene el mérito de haber sido el artífice del tren
que une San Miguel de Tucumán con Concepción, una obra que requirió de
cantidades descomunales de dinero, pues no sólo tuvieron que construir el
vehículo sino que tuvieron también que pintarlo con un líquido que lo hace
invisible e inutilizable. Por este magnífico e incomprendido esfuerzo
civilizatorio el antiguo funcionario del régimen debe ahora rendirle cuentas a la Justicia. ¿Algún
tucumano habrá de acompañarlo?
Por otra parte no nos olvidemos
que el acuerdo que el gobierno impulsó con Irán para que la Causa Amia quedase en
el limbo judicial contó con el apoyo crucial del clan Alperovich, ya que
Benjamín Bromberg, Beatriz Mirkin y Beatriz Rojkés votaron a favor de aquello
que las autoridades de la comunidad judía a la que pertenecen imploraban que se
vote en contra. Ese episodio fue uno de los más peculiares del gobierno, pues
se temió que el tratado con los iraníes desembocase en la legitimación de la hipótesis
del autoatentado y el Estado de Israel tuviera que enemistarse con alguien que
hasta ese momento había sido un socio ideal. Sin embargo el kirchnerismo sólo
apoyó a los persas a cambio de unos cuantos galones de petróleo que evitasen
una crisis energética en épocas electorales, y prometió dejar todo el asunto de
la Amia en una
nebulosa, “sin vencedores ni vencidos”, mientras sean gobierno.
Y más allá de esto, claro, está César Milani.
Milani fue un guerrero contra la subversión que, cual Judas, traicionó a sus
trofeos para terminar jurando “por el proyecto nacional y popular” del
kirchnerismo al momento de asumir la jefatura del Ejército Argentino. Los
esbirros de Cristina Kirchner pretenden purificar el pasado de Milani señalando
que durante los años del Operativo Independencia el militar era apenas un
joven. El escribano Juan Carlos Benedicto era un tanto más joven que él en la
misma época, pero ello no impide que esté siendo sometido a una sesión de
venganza en un juzgado.
El Senador Nacional Gerardo
Morales presentó una denuncia para que se investigue la actuación de Milani durante
los años en los que estuvo en Tucumán, pero el Fiscal Daniel Camuña pidió
archivarla acusando al parlamentario de estar haciendo politiquería. El
gobierno aplaudió la actitud de este Fiscal. Cabe recordar que el mismo
gobierno defenestró a los jueces que emitieron un fallo justo en el Caso Marita
Verón.
Lo de Milani es tan
inconcebiblemente hipócrita que hasta un mequetrefe como Gerónimo Vargas
Aignasse –ahora que ya ha sido expulsado del kirchnerismo (por atentar contra
Julio Grondona) y del alperovichismo (por andar repartiendo silbatos costosos)–
se ha sentido autorizado para criticar la situación.
El kirchnerismo y el
alperovichismo tienen el mismo fundamento: decir que son nacionales y pactar
con multinacionales como Monsanto, declararse en contra del aborto y celebrar
el atroz fallo de la Corte Suprema
de Justicia de la Nación
sobre los abortos no punibles, sostener que quieren ver familias más unidas y
apoyar a aberrosexuales y demás ralea, es decir uno y otro son igual de pérfidos.
César Thames