jueves, 3 de julio de 2014

Casas de terror

Apreciado lector,

No creo que disienta conmigo si afirmo que los jueces tucumanos son una auténtica vergüenza. No todos, claro, pues siempre hay alguna excepción. Pero la mayoría de los encargados de impartir justicia en Tucumán deberían juzgarse a si mismo y condenarse severamente.

El reproche más certero que se le puede hacer a nuestros jueces está relacionado a la indigna obsecuencia que practican, lo que, en numerosos casos, los ha convertido en cómplices de la gavilla que gobierna la provincia. Esto es normal cuando los familiares deben juzgarse entre si, o cuando algún miserable quiere obtener una ventaja o un favor a cambio de la oferta de su imparcialidad.

Lo otro igualmente grave es su incapacidad para ejercer como magistrados de la República. Una cosa es que los jueces se corrompan y otra es que le usurpen el lugar a alguien que lo merece. Alperovich ha sido promotor de las usurpaciones, facilitándole el acceso a toda clase de póngido entogado que de política saben mucho pero que de justicia no tienen la más mínima idea, al mismo tiempo que le negó el cargo a aquellos que, a través de los concursos, ganaron legítimamente sus puestos.

De los muchos magistrados que enturbian el arte de impartir justicia en el actual Tucumán referiré, en esta oportunidad, sólo a uno: Gabriel Casas. Casas es un hombre que proviene del periodismo y del peronismo, o sea proviene de una de las profesiones más pestíferas que existen y del movimiento político que ha condenado a nuestro país a todo tipos de ruinas. Cuando empezaron esas rondas de venganzas en contra de los veteranos de la guerra contra la subversión, a Casas le tocó dictar sentencia contra esos héroes por ser un integrante del Tribunal Oral Federal. Así, diciendo defender “los derechos humanos”, mandó a inocente tras inocente a la cárcel, a cumplir una condena impuesta por cuestiones meramente políticas.  

De todos modos mientras Casas se regocija por estar castigando a “genocidas”, los verdaderos genocidas gozan de su protección. Y quien no quiera creerme que investigue acerca de lo que este hombre ha hecho frente a los narcotraficantes que se multiplican en suelo tucumano.

En una entrevista reciente a La Gaceta, Casas comentó que a todo infeliz que la policía atrapa con droga encima él busca dejarlo en libertad. Sin ningún prurito admite que no puede distinguir el límite entre un patético consumidor y un infame vendedor, por lo que apuesta siempre a favorecer a los delincuentes. Y para rematar agrega que las dádivas que el Estado hace a las familias con dinero público (v. gr. la Asignación Universal por Hijo) ayuda a los vendedores a dejar su oficio, ya que esos pocos pesos que reciben no por hacer algo sino sólo por ser alguien les permiten sobrevivir sin vender muerte en diversas dosis. Supone Casas –benévola o cínicamente– que el delincuente que comercializa droga es una persona sin recursos que no le queda otra salida más que convertirse en un genocida a pequeña escala. Vale decir, el Juez victimiza a quien debería castigar.

Las estupideces que declaró Casas causaron enojo y preocupación. Evidentemente este improvisado ignora hasta lo que el Papa Francisco dijo sobre la cultura de las drogas y el negocio del narcotráfico. Estando yo en Europa hace unas semanas atrás, me enteré del discurso que Su Santidad hizo en la clausura de la International Drug Enforcement Conference. Con mucha coherencia y sentido común, Francisco marcó un triple abordaje al problema: estigmatizar el negocio del narcotráfico, pedir por la creación de empleo digno y oportunidades reales para los jóvenes, y reforzar el trabajo preventivo en torno al consumo. En la misma velada hizo un llamado a prohibir todo tipo de drogas, desalentando así la idea de que hay que abrirle la puerta al conjunto de drogas ilegales que –a base de propaganda pero sin sustento científico– parecen menos dañinas que otras. No podemos darnos el lujo de abrirle de par en par la puerta de descenso al infierno a millones de obscuros sólo para que a un mentecato de La Cámpora o de la Juventud del Meretz no le hagan el amor no requerido en una prisión argentina.

Este facilitador del mercado de la muerte de Casas debería tomar nota de lo que se dice desde Roma. Y debería también mirar en la vecina provincia de Salta, donde si bien la situación judicial no es mucho más brillante que en Tucumán, al menos se actúa con cierta dureza ante los narcotraficantes, y se los ataca en sus posiciones, como cuando un juez de allá mandó a demolerle la casilla a un vendedor de paco. La idea es que si se empieza a destruirle las guaridas a las cucarachas, es posible que también caiga algún zar, alguno de esos tipejos más concentrados en lograr la impunidad e impulsar la decadencia que en hacerle un bien a la comunidad.



César Thames  

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