martes, 30 de septiembre de 2014

A la primera orina

Estimado lector,

En Tucumán, la Nueva Tierra de Promisión, gobiernan los usurócratas. Desde hace décadas. El problema es que estos mentecatos amantes de la vida lujosa y lujuriosa creen ser los propietarios del Estado. Antaño, cuando su acción rateril se desbordaba, las Fuerzas Armadas le ponían fin a la obscenidad. Hoy en día, obligados a vivir bajo la dictadura de la “democracia” de 1983, la pandilla de corruptos que gobiernan hacen y deshacen a su antojo, y el único límite que existe es el que intentan imponer los de la otra pandilla de corruptos que aspira al gobierno a través del despreciable camino de las urnas –y que la prensa, a fin de introducir la idea de una distinción entre las facciones, llama “oposición”.

La última ocurrencia de estos oportunistas tuvo su epicentro en el parlamento local. Varios legisladores veteranos propusieron recurrir a la Justicia con el fin de conseguir la habilitación para continuar infinitamente en sus asientos. Es decir, estos peleles de dudosa capacidad intelectual pero dotados de una increíble habilidad para ignorar toda moral, anhelan convertirse en una nobleza vernácula y transformar a la Legislatura Provincial en una Cámara de los Lores tucumana. ¡Desvergonzados!  

Lo peor de todo es que la iniciativa perpetualista contradice abiertamente a la Constitución Provincial, la cual fuese redactada y firmada nada más y nada menos que por muchos de los mismos cretinos que hoy en día buscan ultrajarla. Si estos hombres y mujeres que ahora quieren la eternidad electoral tuvieran que vender a sus madres o a sus hijos para preservar sus privilegios, ¿qué cree usted lector que harían?

Los legisladores no actúan independientemente: cuentan con cierta complicidad de la Corte Suprema de Justicia y con el total aval del Poder Ejecutivo, encarnado en la nefasta figura de José Alperovich. El objetivo es conservar intacto el putrefacto y demagógico sistema de enriquecimiento ilícito vigente, por ello los hebreos –calculando que alguno de los muchos dirigentes del PJ local podría rebelarse y desplazarlos– buscan satisfacer a todos sus cómplices prometiéndoles la conservación del status quo.  

El palacio legislativo de Tucumán bien podría clausurarse y nadie notaría su inactividad. Las leyes se preparan en el edificio de San Martín y 25 de Mayo, y luego llegan a la Legislatura ya listas para que “los representantes del pueblo” les pongan el sello. Es el trabajo más sencillo del mundo el que les toca a los parlamentarios tucumanos, y, por supuesto, está generosamente recompensado, tal vez muy generosamente recompensado. La estrategia alperovichista para anular al Poder Legislativo es la de convertir al recinto en fuente de empleo no sólo de los vetustos dirigentes pejotistas que podrían llegar a hacerle sombra, sino también de sus hermanos, cónyuges, hijos y hetairas.

Pero más allá del nepotismo salvaje y de la inanidad extrema, lo otro que mancha a la Legislatura Provincial son sus finanzas dudosas. Mes a mes ingresan cantidad millonarias de pesos, pero nadie sabe bien a dónde va a parar todo ese dinero. Todos los leales a Alperovich fueron y son responsables de esa turbiedad. Por ello asombra que Gerónimo Vargas Aignasse, uno de esos sujetos cuyo único mérito político es haber nacido en una de esas familias directamente culpables de la decadencia contemporánea, enfrente a Raúl Hadla, uno de esos mercachifles árabes que la inmigración no planificada que alguna vez azotó a este país trajo hasta Tucumán. Concretamente Vargas Aignasse acusó a Hadla de ser uno de los ideólogos de querer convertir a los actuales legisladores pejotistas en parte del mobiliario de la Legislatura Provincial, y el tal Hadla insinuó –como es vox populi en la provincia– que Vargas Aignasse está vinculado al narcotráfico. Vargas Aignasse replicó acusando a Hadla de hacer un manejo misterioso de sus gastos reservados, obviando el hecho de que él también ha utilizado generosamente ese dinero en vaya uno a saber qué exactamente y que no está en condiciones de superar una auditoría de gastos de manera exitosa.

Los dos hombres, con su honor personal zaherido, decidieron limpiar sus nombres. ¿Con un duelo con pistolas o espadas como le corresponde a un caballero? No: con una prueba de orina. Así como lee. En otras épocas un hombre ofendido demandaba una satisfacción reclamando la muerte de su adversario, o planteando, al menos, un enfrentamiento que concluiría con la primera herida de la que emanase sangre copiosamente. Hoy, en la Tucumán gobernada por Alperovich y los 40 caciques, el honor personal se restituye por medio de un líquido abyecto.  


César Thames