Estimado lector,
Hace unos meses partí hacia el
hemisferio norte, deseoso de encontrar descanso. Lo que me agotó es este país,
víctima de tantos corruptos y traidores que se resisten a abandonar los puestos
de mando en los que están atrincherados. Atravesé el otoño boreal, y luego el
frío invierno (aunque hospedado algunos días en el área del trópico de Cáncer
para olvidarme de la hostilidad de la nieve). Al regresar a la patria,
encuentro que el tiranuelo hebreo que gobierna Tucumán ha sumido a la hermosa provincia
en el peor de los caos.
La lluvia ha sacado a la luz el
hecho de que la democracia pavimentadora de Alperovich es una farsa. Porque en
Tucumán fallaba la educación, la salud, la seguridad, pero la obra pública
siempre avanzaba. El Zar subtropical se creía un Pontífice en el sentido
literal del término –y probablemente también en el figurado. Un eunuco de apellido López, aparentemente Secretario de Obras Públicas de la Nación, anda paséandose por la provincia para juntar adhesiones, contándoles a todos los que quieren oírlo que él era coartífice del milagro constructor del Domador de Camellos.
Sin embargo ahora,
con los caminos destruidos y el agua inundando los prados hasta tapar los
pueblos, toda esa farsa se desmorona. Pero Alperovich continúa haciendo lo que
mejor sabe hacer: negar la realidad. De ese modo terminó diciendo que Tucumán
había vencido a la inclemencia climática, porque aquí el escenario no es como
el de Córdoba o Santa Fe.
Y como si eso fuese poco se supo
que una niña del Clan celebrará su bat mitzvah en la mansión Alperovich, donde
ya se colocó una carpa para que la fiesta no se les agüe. Perfecta metáfora: el
Faraón y su familia debidamente protegidos de la séptima plaga, mientras que nosotros,
el pueblo cautivo, sufrimos de la ira de Dios por haber permitido que semejante impío llegue al gobierno.
El consuelo que nos queda es que
las elecciones, ese calmante indigno de la democracia, llegarán en unos meses,
quizás un poco antes de que empiecen a morir los primogénitos. El problema es
que todavía hay muchos niños que esperan su bar mitzvah, y que sueñan con
heredar el reino que sus padres han usurpado.
César Thames
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