lunes, 29 de julio de 2013

Las dos caras del mismo monstruo

Estimado lector,

Probablemente usted ya esté tan hastiado de la propaganda electoral como lo estoy yo. Y si no lo está debería de estarlo, pues por más que uno se detenga a escuchar a los candidatos sabe de antemano que sólo se puede elegir entre los miembros de una legión de chupópteros. Entonces unos segundos de eslóganes, de proclamas o de exhortaciones, sumados a las espeluznantes imágenes de los rostros de los candidatos (que, en algunos casos, parecieran haber sido robadas de los archivos de la policía), generan un dolor similar a la angustia de saber que nuestro futuro es lamentablemente negro. 

La UCR tucumana abunda en materia de candidatos: presenta cinco listas. Dos de ellas son encabezadas por afiliados al centenario partido que juegan con más esperanzas que expectativas. Luego está la lista de Ariel García –un gordinflón que proviene del sur gaucho de Tucumán– al que lo acusan de estar financiándose la campaña con dinero que emana de San Martín y 9 de Julio, y la de Guido Pérez -heredero del ya fallecido Senador Nacional del mismo nombre- de quien señalan que tiene al sindicalista Roberto Palina como inconfeso jefe de campaña. José Cano es la esperanza blanca del ucerismo, sin embargo este dentista devenido Senador Nacional deja mucho que desear para todo aquel elector que no sienta afinidad con la boina blanca. Los aspectos más criticables de Cano son su entorno y sus alianzas. A los de su entorno le perdonaré los exabruptos por ahora pero no dejaré de señalar que entre sus aliados se cuenta, nada más y nada menos, que a Federico Masso, un puntero barrial que de contribuir activamente con Alperovich pasó –por errores de cálculo– a convertirse en un opositor y ahora especula políticamente más que lo haría un hebreo ante la posibilidad de ejecutar la usura. La alianza de Cano con tan nefasto personaje restó más de lo que sumó, puesto que terminó por alejar al PRO de la UCR. Así Alberto Colombres Garmendia, asqueado porque Cano escogió a Masso como acompañante, optó por reunir fondos y lanzarse como el candidato macrista de la provincia.

Otro ilustre apellido tucumano que figurará en las boletas durante el día de las elecciones es el de García Hamilton, ya que es Bernardo –aquel que fuese funcionario durante el gobierno de Ramón “Palito” Ortega y legislador provincial durante el gobierno de Antonio Domingo Bussi– quien se lanzó como candidato. Lo acompaña Esteban Jerez, el viejo Némesis del mirandismo ya extinto, y se autodeclara como embajador del NOA del ofídico Sergio Massa.  

También hay un coreano que tiene un discurso seductor pero un currículum tétrico, un hombre que representa a los progrecínicos socialistas, otro que hace lo mismo con los desviados democristianos, y hasta el no muy independiente hijo de un héroe del Operativo Independencia.

De la izquierda tucumana no me ocuparé en este texto, ya que prefiero dejarle a Dios la tarea de ajustar cuentas con esos insistentes herejes. Sin embargo acerca de quienes si escribiré es sobre el Frente para la Victoria, entidad teratológica cuyo enemigo –según su propio discurso– es “la Derecha”, por lo que se supone que se encuentra en la margen izquierda del espectro político.

El Frente para la Victoria de Tucumán postula como candidato a Diputado Nacional en primer término a Juan Manzur, un médico dueño de una impresionante fortuna que, por supuesto, nada tiene que ver con su juramento hipocrático. Manzur es poseedor de un harén de propiedades en todo el país a las que cuida y lo alimentan, después de que gracias a la magia de las estadísticas el índice de mortalidad infantil de Tucumán se redujera drásticamente, catapultándolo hasta el Ministerio de Salud de la Nación. En los afiches y los comerciales se lo ve a Juan Manzur junto a José Alperovich como a dos empresarios extranjeros, como si fueran dos diplomáticos irakíes auspiciados por el Banco Mundial para que sometan a su pueblo a los designios del imperialismo del dinero.

En realidad, lo sabemos todos, Manzur y Alperovich son dos gestores locales de ese cáncer nacional llamado “kirchnerismo”. Pero es totalmente falso que estos sujetos de la provincia sean empleados de Casa Rosada. Por el contrario, el alperovichismo no es un subordinado del kirchnerismo sino que es su socio perfecto, pues, en efecto, una y otra fuerza son exactamente lo mismo.

Eso de ser kirchnerista sin ser alperovichista o de ser alperovichista sin ser kirchnerista es una ficción que ni el mayor de los ilusos puede seguir creyendo aunque se esfuerce para ello. Junto a Alperovich está Sisto Terán –alguien que supo ser un golden boy de la UCeDé (igual que Amado Boudou)– pidiendo treinta años más del Reich del Jefe del Sanderín, y están también las sanguijuelas amantes de la marihuana y de la sodomía de La Cámpora dándole su apoyo públicamente.

El kirchnerismo y el alperovichismo van de la mano hasta para tropezar. Veamos lo más obvio.

Ricardo Jaime, un auténtico campeón de la corrupción, tiene el mérito de haber sido el artífice del tren que une San Miguel de Tucumán con Concepción, una obra que requirió de cantidades descomunales de dinero, pues no sólo tuvieron que construir el vehículo sino que tuvieron también que pintarlo con un líquido que lo hace invisible e inutilizable. Por este magnífico e incomprendido esfuerzo civilizatorio el antiguo funcionario del régimen debe ahora rendirle cuentas a la Justicia. ¿Algún tucumano habrá de acompañarlo? 

Por otra parte no nos olvidemos que el acuerdo que el gobierno impulsó con Irán para que la Causa Amia quedase en el limbo judicial contó con el apoyo crucial del clan Alperovich, ya que Benjamín Bromberg, Beatriz Mirkin y Beatriz Rojkés votaron a favor de aquello que las autoridades de la comunidad judía a la que pertenecen imploraban que se vote en contra. Ese episodio fue uno de los más peculiares del gobierno, pues se temió que el tratado con los iraníes desembocase en la legitimación de la hipótesis del autoatentado y el Estado de Israel tuviera que enemistarse con alguien que hasta ese momento había sido un socio ideal. Sin embargo el kirchnerismo sólo apoyó a los persas a cambio de unos cuantos galones de petróleo que evitasen una crisis energética en épocas electorales, y prometió dejar todo el asunto de la Amia en una nebulosa, “sin vencedores ni vencidos”, mientras sean gobierno.

Y más allá de esto, claro, está César Milani. Milani fue un guerrero contra la subversión que, cual Judas, traicionó a sus trofeos para terminar jurando “por el proyecto nacional y popular” del kirchnerismo al momento de asumir la jefatura del Ejército Argentino. Los esbirros de Cristina Kirchner pretenden purificar el pasado de Milani señalando que durante los años del Operativo Independencia el militar era apenas un joven. El escribano Juan Carlos Benedicto era un tanto más joven que él en la misma época, pero ello no impide que esté siendo sometido a una sesión de venganza en un juzgado.

El Senador Nacional Gerardo Morales presentó una denuncia para que se investigue la actuación de Milani durante los años en los que estuvo en Tucumán, pero el Fiscal Daniel Camuña pidió archivarla acusando al parlamentario de estar haciendo politiquería. El gobierno aplaudió la actitud de este Fiscal. Cabe recordar que el mismo gobierno defenestró a los jueces que emitieron un fallo justo en el Caso Marita Verón.  

Lo de Milani es tan inconcebiblemente hipócrita que hasta un mequetrefe como Gerónimo Vargas Aignasse –ahora que ya ha sido expulsado del kirchnerismo (por atentar contra Julio Grondona) y del alperovichismo (por andar repartiendo silbatos costosos)– se ha sentido autorizado para criticar la situación.

El kirchnerismo y el alperovichismo tienen el mismo fundamento: decir que son nacionales y pactar con multinacionales como Monsanto, declararse en contra del aborto y celebrar el atroz fallo de la Corte Suprema de Justicia de la Nación sobre los abortos no punibles, sostener que quieren ver familias más unidas y apoyar a aberrosexuales y demás ralea, es decir uno y otro son igual de pérfidos.



César Thames

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