martes, 25 de junio de 2013

¿Fue Paulina Lebbos víctima de un asesinato ritual?

Hace unos años conocí al Padre B., uno de los sacerdotes católicos más sabios del Tucumán. Este buen hombre es un profundo conocedor de la filosofía, la historia, la literatura, la geografía y muchas otras ciencias más. Sin embargo, lo que lo destaca al Padre B. son sus estudios sobre esoterismo, particularmente sobre las prácticas y los discursos esotéricos que circulan en Argentina.

Recientemente lo visité en la parroquia donde trabaja y, en medio de una charla muy larga, surgió el nombre de Paulina Lebbos, la pobre mujer que apareció muerta en 2006.

– ¿Usted cree que Paulina Lebbos murió como víctima de un asesinato ritual?

– Si, ciertamente. Es lo que más me cierra. Recuerde que en aquel entonces se corrió el rumor de que la joven había ido a una casa de veraneo y allí, borracha o drogada, se subió a bailar sobre unas mesas, se cayó de espaldas y se desnucó. Aquella fue la única versión que de alguna manera trataba de explicar lo sucedido. Pero a mi me suena inverosímil.

– ¿Por qué?

– Porque si la chica se accidentó bien pudieron haberla socorrido. Dicen que estaba tirada, y que la pusieron sobre un sofá creyendo que estaba dormida, y que recién al día siguiente notaron que estaba muerta. Por ello no habrían podido darle asistencia médica. De todos modos aún así podrían haber contado lo que sucedió, evitando el problema. Obviamente iban a quedar mal parados todos los asistentes a la fiesta, pero de esa manera se desligaban de toda responsabilidad penal. Paulina Lebbos era una mujer de 23 años, que bien podía elegir entre consumir o no consumir estupefacientes, y que bien podía optar por correr el riesgo de subirse a una mesa a bailar o no hacerlo. Si se murió así como se rumoreaba, bastaba contar la historia y nadie iba a ir preso, iban a quedar mal ante la opinión pública los Alperovich por sus orgías, pero nadie podría acusarlos de homicidas. Por eso intuyo que pasó algo diferente, que no se trató de un accidente.

– Si no fue accidental, ¿entonces hubo intención de asesinarla?

– Yo sospecho que si. Es más, sospecho que se trató de un asesinato ritual judío o judeidoide.

– ¿Por qué judío o judeidoide?

– Por dos cosas: los protagonistas y las fechas. Entre los protagonistas se habla, en el contexto de este caso, de la presencia determinante de un hijo de un funcionario del gobierno de Tucumán, que no sería otro más que el hijo del Gobernador. Además se lo ha señalado al hijo del gendarme Juan Alberto Kaleniuk como otro de los testigos del “accidente”. Ambos hebreos.

– Pero que ambos sean hebreos no se vincula necesariamente al hecho de que sean asesinos, y menos aún de que todo haya sido un asesinato ritual judío.

– Si, ya sé. Destaco que ambos muchachos son judíos porque, según lo que vengo estudiando desde hace tiempo, el clan Alperovich cultiva un culto esotérico bastante extraño, de características sincréticas, en donde se mezclan diversas mitologías pero siempre desde una sólida base judía. 

– ¿Y según usted el joven Alperovich y el joven Kaleniuk profesarían ese culto?

– Probablemente. Tengo más dudas sobre el hijo de Kaleniuk que sobre el hijo de Alperovich, pero hay muchas posibilidades de que el segundo haya intentado adoctrinar al primero.

– Explique el tema de las fechas.

– Bien, yo creo que ahí está la evidencia que falta sobre el asesinato ritual. Repasemos: Paulina Lebbos desaparece el viernes 24 de febrero de 2006 y reaparece asesinada a la tarde del sábado 11 de marzo del mismo año. ¿Me sigue?

– Si, hubo dos semanas entre un evento y el otro.

– Exactamente. El 24 de febrero la gente del clan Alperovich festejaba el triunfo en las elecciones de la reforma de la Constitución Provincial. Las elecciones tuvieron lugar el 19 de febrero y, una semana después, los Alperovich se sentían dueños definitivos de Tucumán. Así que para festejar bien pudieron haber elegido a una mujer para sacrificar.

– Se lo señalo de nuevo: no hay conexión necesaria de ello con el judaísmo de los protagonistas.

– Usted no está tomando en cuenta la fecha de reaparición: 11 de marzo, durante el sabbat, a unas horas de la víspera del Purim. 

– ¿Purim?

– Si, Purim. Es una festividad judía en la que los hebreos celebran que una prostituta llamada “Ester” los salvó del exterminio al que Amán el Agatita, un visir del Emperador Asuero, los había destinado. La fiesta es un desmadre total, peor que nuestros carnavales. El Purim es como una fiesta del orgullo judío, donde ellos experimentan sin tapujos el sentimiento de juzgarse superiores por haber sido elegidos por Dios. Todos los pecados que cometen en esos dos días de Purim (lujuria, gula, soberbia, etc) no son computados, pues ellos creen gozar de absoluta inmunidad. Razonan: “si fuimos tan astutos para enviar a una de las nuestras a que seduzca a un Emperador y nos salvamos de la tragedia sin la ayuda de Yavé, entonces somos invencibles, Yavé nos debe dos días anuales de licencia para festejar nuestra picardía sin su presencia”.

– ¿Entonces el crimen de Paulina Lebbos fue parte del Purim de 2006?

– Me temo que todo indica que si. Esa demora en la reaparición del cuerpo probablemente se debió a que a la muchacha la mantuvieron en cautiverio, preparándola a través de torturas para su sacrificio. Recuerde que, según el informe de la morgue, estaba estrangulada y con el cuerpo magullado, incluso le habían cortado el pelo. Normalmente los asesinatos rituales del Purim más documentados nos hablan de niños no judíos, de criaturas humanas puras, como víctimas predilectas. Pero en este caso no buscaron a un niño sino a Paulina, a quien la “purificaron” para asesinarla.  

– ¿Y ante quien la sacrificaron? ¿Ante una deidad como Moloch?

– No, no. La asesinaron por asesinarla, sin deidades de por medio. Así es el espíritu del Purim. La mataron porque, embriagados de poder, se creyeron que podían hacerlo, seguramente para experimentar la sensación de matar a una persona. Se lo repito: el Purim gira en torno al creerse superior a los demás, ¿y quien es más superior que aquel que viola las leyes y resulta impune? 

sábado, 15 de junio de 2013

El precio de decir la verdad

Estimado lector,

Escribo estas líneas pasmado ante el nuevo intento del clan Alperovich de instaurar la impunidad como ley en nuestro Tucumán (seguramente no hace falta que aclare que me refiero al insólito juicio por injurias que Beatriz Rojkés está llevando a cabo en estos días en contra de una ciudadana indignada que, en un café en Yerba Buena, le dijo que era “una ladrona”). El problema, esta vez, no es que intentan amordazar a políticos, jueces o periodistas, sino que a quien apuntan es al hombre de a pie, al vecino que lee los diarios, al coterráneo que necesita munirse de una cacerola para recordarle a las autoridades que es él quien ejerce la soberanía en el país.

Aparentemente los circunstanciales gobernantes de Tucumán pretenden atemorizar a aquellos que ejercen la parresía. Y lo peor de todo es que no tienen miedo al ridículo: al pedir un cuarto de millón de pesos como resarcimiento, Beatriz Rojkés le está poniendo precio a su honor, que es más o menos lo mismo que ponerse precio a uno mismo, como hacen los sicarios y las prostitutas. El honor no tiene precio, por lo que lo que le correspondía pedir a la esposa del aspirante a Zar es una disculpa pública. Sin embargo, con obscena altanería, la impresentable “Betty” busca la humillación de una mujer a través de la más patética venganza.

Los Alperovich son tan usurócratas que suponen que dándole un golpe ejemplar al bolsillo de una tucumana nadie más se atreverá a enfrentarlos. Ello explica perfectamente por qué la Senadora “de los humildes” el año pasado trató tan horrendamente de “borrachos” a los familiares de una nena que fue ultrajada y asesinada: una persona sin dinero –según su visión retorcida de la vida– es lo más detestable y repugnante que puede existir, no tiene derechos, ni dignidad, ni voz. Pero, claro, para ellos si tiene voto, un voto al que, por supuesto, se lo puede comprar. 


César Thames 

martes, 11 de junio de 2013

Alperovich al gobierno, la Zwi Migdal al poder

Querido lector,

Como usted bien sabe en Tucumán no se transmite el programa que Jorge Lanata tiene en Canal 13. Al parecer a los responsables de programación de Canal 10 –la repetidora local del canal porteño– Lanata no les gusta, los incomoda, los perturba. Ni siquiera intentan salvar su imagen para no figurar como censores enviando a “Periodismo Para Todos” a la madrugada. Nada. Lanata no tiene ninguna cabida en la televisión pública tucumana.

Sin embargo, con censura y todo, miles de tucumanos siguen a Lanata todos los domingos. Basta tener una computadora y una conexión a Internet o televisión satelital para poder hacerlo. Así nos enteramos algo que ya sabíamos: la prostitución en Tucumán tiene protección de los políticos. Y por lo visto, según la denuncia de Lanata, no se trata del auspicio a unas heteras que reemplazan a las gruñonas esposas en los viajes oficiales sino de “clubes de caballeros” en el que las jóvenes meretrices se prestan para participar de citas remuneradas.  

Lo que escandaliza (o, al menos, lo que debería escandalizar) es que el cabaret denunciado por Lanata se encuentra en la calle España, a apenas dos cuadras del edificio de la Legislatura de la Provincia. El diputado radical Juan Casañas en su momento señaló que el propietario de dicho establecimiento es un hombre estrechamente vinculado al vicegobernador interino Regino Amado. A Lanata le faltó indicar que hay un local de características similares situado en la intersección de San Martín y Balcarce, a tan sólo una cuadra de distancia del Concejo Deliberante de la capital tucumana (lupanar que, se sabe, también es regenteado por un personaje cercano a otro legislador de la provincia). Todo hace suponer que a la gavilla parlamentaria de Tucumán le gusta tener a los harenes a mano.

La reacción del gobierno y de sus allegados fue, como no podía ser de otro modo, lamentable. Carlos Garmendia, vocero de la Fundación María de los Ángeles y changuito de los mandados de “Doña” Susana Trimarco, criticó a Lanata porque la exposición televisiva del caso entorpece una supuesta investigación que él estaba llevando a cabo para actuar en contra del prostíbulo. Dado que la ONG a la que pertenece fue fundada en 2007, y considerando que –como muchos conocedores señalan– la mentada casa de citas funciona desde hace por lo menos diez años, todo hace suponer que Garmendia o es increíblemente lento para hacer lo que tiene que hacer o, por el contrario, es asombrosamente rápido para tergiversar las cosas.

Pero lo inservible de la millonaria Fundación María de los Ángeles se entiende si se toma en cuenta la explicación que el propio José Alperovich hizo sobre el combate que el Estado dirige en contra del sexo pago: “se están produciendo allanamientos de prostíbulos, pero se cierra uno y se abre otro”. Eso lo explica todo: ¡reconversión! La Zwi Migdal estaría orgullosa del gobernador de Tucumán.  


César Thames

martes, 4 de junio de 2013

La Cruz y la Bandera en el banquillo de los acusados

Estimado lector,

Conversando con un sacerdote amigo me enteré que un concejal de San Miguel de Tucumán, el radical José Luís Avignone, osó enviarle una carta a Monseñor Zecca para pedirle que le efectúe un llamado de atención al Reverendo Padre José Mijalchyk. Al parecer al edil le indigna que un clérigo vista su hábito mientras tiene que tolerar una farsa montada por una caterva de piojosos que quieren ver correr sangre para vengar a sus muertos y cobrar sus jugosas indemnizaciones. Según Avignone, la sotana negra y la faja púrpura –que al sacerdote le corresponde usar para no violar el artículo 284 del Código de Derecho Canónico que rige sobre él– sugiere que quien está siendo juzgado no es el Padre Mijalchyk sino la Iglesia Católica.

Lo que no quiere aceptar este pintoresco pitufo con carnet de afiliado a la UCR que es Avignone, es que, en efecto, la Iglesia Católica ha sido puesta en el banquillo de los acusados por los promotores del odio. Y junto con ella, la otra sometida a esta ordalía del siglo XXI es nada más y nada menos que la Nación Argentina.

El Padre Mijalchyk, todos en Tucumán lo saben, es más que inocente de los cargos que se le imputan. Pero aún así está allí en donde no debería estar. Lo que sucede es que los promotores de la rimbombantemente llamada “Megacausa” no se privaron de montar un espectáculo de luces y sonidos digno de aquellos vulgarísimos eventos organizados en Famaillá por esos Hermanos Macana apellidados “Orellana”. Así fue que se lanzaron toda clase de acusaciones infundadas contra un gran grupo de gente (muchos de ellos valientes veteranos del Operativo Independencia) y se consiguió que se ponga en marcha un nuevo episodio de juicio político que se asemeja a aquellas purgas que Stalin organizó en la URSS durante la década de 1930.

La Megacausa no es más que una nueva persecución judicial contra viejos defensores de la patria, cuyo propósito real es el de ocultar las violaciones actuales a los derechos humanos. El abuso kirchnerista de estos atropellos jurídicos convirtió al asunto en una cuestión de minorías: de un lado se ubican unos siniestros personajes festejando fervorosamente que les ha llegado el momento de experimentar la revancha, mientras que del otro lado se ubica un importante grupo de ciudadanos argentinos que se lamentan de que a la República la estén controlando los menos aptos. Entre medio de uno y otro polo, hay una enorme cantidad de personas –la Mayoría– a las que les importa un bledo todo ello, pues tienen cuestiones más importantes o más triviales de las cuales ocuparse.

Es por esa razón que se puede ver que perversidades como la Megacausa sufren de niveles de audiencia bajísimos (juntan menos público que una función de la película sobre Néstor Kirchner en la que se les haya prohibido el ingreso a miembros de La Cámpora). Esto motiva a que los impulsores de la discordia se devanen los sesos para elaborar modos de llamar la atención. Así Juan Falú –que, como lo señala su currículum vitae, es un cantor– produce cada tanto unas epístolas en donde exhorta a que se haga más ruido en torno a los episodios revanchistas, no sin antes honestamente admitir que se siente apenado de que a nadie le importe el tema. Otros aprovechan las circunstancias y, rápidos como un usurero ante un necesitado, tiran leña al fuego: me refiero, por ejemplo, a los familiares de Myrtha Raia –una pianista octogenaria que murió a manos de un ladrón en el mes de enero–, quienes no tuvieron reparo en vender propaganda comunista sobre el cadáver aún tibio de la señora. “De tal palo, tal astilla”, nunca mejor aplicado el viejo refrán.  

Pero quien se merece un reconocimiento especial en este rubro es Laura Figueroa. Figueroa no canta ni toca el piano, pero parece que tiene profundas inclinaciones artísticas: su especialidad sería la actuación, aunque también le interesa la narrativa de ficción. El problema con Figueroa es que no es buena ni para una ni para otra cosa, pero aún así no deja de intentarlo. Esta empresaria de la venganza suele ser oportunamente amenazada cada vez que se tiene que efectuar algún anuncio de cierta importancia para su negocio. La última denuncia que hizo al respecto es fabulosa, pues sostiene que sobre el parabrisas de su auto alguien escribió “ojo” con lápiz labial rojo. Amenazada y seducida al mismo tiempo, ¡es una heroína de una novela de Danielle Steel!

Podría seguir por horas con este asunto. Podría, por ejemplo, citar a Alicia Noli –una jueza de Santiago del Estero que también figura como testigo de la Megacausa–, que evocó a Auschwitz para compararlo con el Arsenal Miguel de Azcuénaga, olvidando que también podría haber recurrido a las UMAP de Cuba o a los Campos de la Muerte de Camboya, tragedias más profundamente reales que no gozan de la difusión de la que goza Auschwitz. Podría hacer muchos otros comentarios, pero creo que ya he dicho lo suficiente como para que usted, interesado lector, saque sus conclusiones. Yo, en lo personal, incluiré al Padre Mijalchyk en mis oraciones, pues en momentos como este los justos necesitamos de la fortaleza de Dios para continuar peleando para que la Verdad no sea finalmente derrotada. 


César Thames