Estimado lector,
En Tucumán, la Nueva Tierra de Promisión,
gobiernan los usurócratas. Desde hace décadas. El problema es que estos
mentecatos amantes de la vida lujosa y lujuriosa creen ser los propietarios del
Estado. Antaño, cuando su acción rateril se desbordaba, las Fuerzas Armadas le
ponían fin a la obscenidad. Hoy en día, obligados a vivir bajo la dictadura de
la “democracia” de 1983, la pandilla de corruptos que gobiernan hacen y
deshacen a su antojo, y el único límite que existe es el que intentan imponer
los de la otra pandilla de corruptos que aspira al gobierno a través del
despreciable camino de las urnas –y que la prensa, a fin de introducir la idea
de una distinción entre las facciones, llama “oposición”.
La última ocurrencia de
estos oportunistas tuvo su epicentro en el parlamento local. Varios
legisladores veteranos propusieron recurrir a la Justicia con el fin de
conseguir la habilitación para continuar infinitamente en sus asientos. Es
decir, estos peleles de dudosa capacidad intelectual pero dotados de una
increíble habilidad para ignorar toda moral, anhelan convertirse en una nobleza
vernácula y transformar a la Legislatura
Provincial en una Cámara de los Lores tucumana. ¡Desvergonzados!
Lo peor de todo es que la
iniciativa perpetualista contradice abiertamente a la Constitución
Provincial , la cual fuese redactada y firmada nada más y
nada menos que por muchos de los mismos cretinos que hoy en día buscan ultrajarla.
Si estos hombres y mujeres que ahora quieren la eternidad electoral tuvieran
que vender a sus madres o a sus hijos para preservar sus privilegios, ¿qué cree usted lector
que harían?
Los legisladores no actúan
independientemente: cuentan con cierta complicidad de la Corte Suprema de Justicia y con
el total aval del Poder Ejecutivo, encarnado en la nefasta figura de José
Alperovich. El objetivo es conservar intacto el putrefacto y demagógico sistema
de enriquecimiento ilícito vigente, por ello los hebreos –calculando que alguno de los
muchos dirigentes del PJ local podría rebelarse y desplazarlos– buscan
satisfacer a todos sus cómplices prometiéndoles la conservación del status quo.
El palacio legislativo de
Tucumán bien podría clausurarse y nadie notaría su inactividad. Las leyes se
preparan en el edificio de San Martín y 25 de Mayo, y luego llegan a la Legislatura ya listas
para que “los representantes del pueblo” les pongan el sello. Es el trabajo más
sencillo del mundo el que les toca a los parlamentarios tucumanos, y, por
supuesto, está generosamente recompensado, tal vez muy generosamente recompensado. La estrategia alperovichista para
anular al Poder Legislativo es la de convertir al recinto en fuente de empleo
no sólo de los vetustos dirigentes pejotistas que podrían llegar a hacerle sombra,
sino también de sus hermanos, cónyuges, hijos y hetairas.
Pero más allá del nepotismo
salvaje y de la inanidad extrema, lo otro que mancha a la Legislatura Provincial
son sus finanzas dudosas. Mes a mes ingresan cantidad millonarias de pesos,
pero nadie sabe bien a dónde va a parar todo ese dinero. Todos los leales a
Alperovich fueron y son responsables de esa turbiedad. Por ello asombra que
Gerónimo Vargas Aignasse, uno de esos sujetos cuyo único mérito político es
haber nacido en una de esas familias directamente culpables de la decadencia
contemporánea, enfrente a Raúl Hadla, uno de esos mercachifles árabes que la
inmigración no planificada que alguna vez azotó a este país trajo hasta
Tucumán. Concretamente Vargas Aignasse acusó a Hadla de ser uno de los
ideólogos de querer convertir a los actuales legisladores pejotistas en parte
del mobiliario de la Legislatura
Provincial , y el tal Hadla insinuó –como es vox populi en la provincia– que Vargas
Aignasse está vinculado al narcotráfico. Vargas Aignasse replicó acusando a
Hadla de hacer un manejo misterioso de sus gastos reservados, obviando el hecho
de que él también ha utilizado generosamente ese dinero en vaya uno a saber qué
exactamente y que no está en condiciones de superar una auditoría de gastos de
manera exitosa.
Los dos hombres, con su
honor personal zaherido, decidieron limpiar sus nombres. ¿Con un duelo con
pistolas o espadas como le corresponde a un caballero? No: con una prueba de
orina. Así como lee. En otras épocas un hombre ofendido demandaba una
satisfacción reclamando la muerte de su adversario, o planteando, al menos, un
enfrentamiento que concluiría con la primera herida de la que emanase sangre
copiosamente. Hoy, en la
Tucumán gobernada por Alperovich y los 40 caciques, el honor
personal se restituye por medio de un líquido abyecto.
César Thames
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