domingo, 23 de febrero de 2014

El día que Tucumán no pudo ser Estocolmo

Estimado lector,

La novedad de estos días en la vapuleada Tucumán es, como tristemente nos hemos enterado, que la infame Fundación María de los Ángeles recibirá un predio que pertenece al noble Liceo Militar “General Gregorio Aráoz de Lamadrid”. Decenas de niños se verán así privados de un campo de deportes, sólo por el deseo de algunos de ver crecer a un edificio que albergará, según se supone, a un jardín de infantes. Ha sido Agustín Rossi, el mismísimo pelele que oficia de Ministro de Defensa, quien ha avalado el atropello del patrimonio castrense. Al parecer el nefasto gobierno kirchnerista ha empezado a notar que Hebe de Bonafini está perdiendo verborragia, por lo que temen quedarse sin una energúmena que implante culpa a través de la victimización; entonces les urge conseguirle un sustituto a la anciana, y Susana Trimarco cumple cada día mejor ese rol.   
La señora Trimarco ha demostrado tener una lengua esputadora. Sólo es cuestión de acercarle un micrófono y una cámara de filmación para incitarla a que se condene por intermedio de sus palabras. La Nueva Hebe aspira a que la vida impune que le ha facilitado su situación personal y su relación con el poder le dure para siempre. 

La única exigencia que Trimarco tiene para que, cual agraciada jovencita, la consagren Reina Nacional de los Derechos Humanos, es que la maquinaria de fantasmas que opera produzca, cada tanto, un nuevo motivo que la justifique. Es decir, el gran defecto de la versión anterior de Trimarco –me refiero, claro, a la Bonafini– es que los niños desaparecieron de sus casas sólo una vez, y, por más que se los busque (y hasta se los encuentre), su destino es el extravío eterno. La señora de Bonafini es un poderoso símbolo del error irreparable, pues ella no es hacedora de finales felices; por ello su presencia ha ido irritando cada vez más con los años, ya que la paciencia ante una supuesta víctima que se dedica a enmierdar a quien no le agrada se va agotando en el buen ciudadano que la ve vomitar odio constantemente sin que nadie se atreva a acercarle un atiemético para no quedar mal parado ante la opinión pública. Trimarco, en cambio, si puede probar que sus veneno verbal si es tolerable: sólo debe salir a la calle, buscar a una jovencita de vida disoluta, venderle una beca o una jubilación para que deje el oficio más antiguo del mundo el cual eligió ejercer voluntariamente, y convencerla de que siga el guión que le escribieron los creadores de ficción que trabajan en La María de los Ángeles. Ese guión la exhorta a que afirme que no es una meretriz porque no le alcanza para vivir con lo que cobra de los planes sociales, sino que lo es porque fue raptada, violada, torturada y obligada a tener sexo con hombres a cambio de seguir siendo mantenida con vida.

Es cada vez menos la gente que cree que la película que produce Susana Trimarco es real. Pero, aun así, muchos se niegan a contrariar cualquier cosa que ponga en duda su veracidad. Entonces, cada tanto, los propios hechos dejan al descubierto los hilos del titiritero.

En enero, La María de los Ángeles buscaba a una mujercilla que se había ausentado de su hogar. La fémina en cuestión apareció unos días después, contó que había estado secuestrada en un galpón junto a otras ocho de sus pares, y luego borró todas las evidencias que tenía a su alcance y le pidió a la Justicia que no la “revictimice” obligándola a eso tan molesto de tener que colaborar con la investigación. Pues bien, este mes las desventuras de las doncellas buscadas por la ONG de Trimarco tuvieron un final peculiar. Sucede que la princesa en peligro por la que Fundación María de los Ángeles pedía su presencia apareció en Santiago del Estero, pero detenida como cómplice de un robo. Al parecer estaba de novia con un hombre unos veinte años más grande que ella con quien se dedicaba a las artes de la sustracción de lo ajeno. El pobre infeliz tuvo la suerte de caer en Santiago del Estero y no en Tucumán, ya que de haber sido detenido aquí no se hubiese tardado ni un minuto en conocerse lo que, “de verdad”, ocurrió: él es un proxeneta que capturó a la desdentada, le propinó una paliza, la ultrajó, y después la utilizó para cometer un robo; y ella, por su parte, es una desafortunada empleada y estudiante que fue raptada a plena luz del día cuando caminaba por la calle, y que ahora, para sorpresa de todos, padece del síndrome de Estocolmo, ese que la mueve a simpatizar con su perverso corruptor. A Susana Trimarco la aguarda un Premio Nobel de la Paz, y, si no se puede conseguir ello, un Óscar no vendría mal.


César Thames

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