Estimado lector,
La novedad de estos días en la
vapuleada Tucumán es, como tristemente nos hemos enterado, que la infame Fundación María de
los Ángeles recibirá un predio que pertenece al noble Liceo Militar “General Gregorio
Aráoz de Lamadrid”. Decenas de niños se verán así privados de un campo de deportes, sólo por el deseo de algunos de ver crecer a un edificio que albergará, según se supone, a un jardín de infantes. Ha sido Agustín Rossi, el mismísimo pelele que oficia de
Ministro de Defensa, quien ha avalado el atropello del patrimonio castrense. Al
parecer el nefasto gobierno kirchnerista ha empezado a notar que Hebe de
Bonafini está perdiendo verborragia, por lo que temen quedarse sin una
energúmena que implante culpa a través de la victimización; entonces les urge
conseguirle un sustituto a la anciana, y Susana Trimarco cumple cada día mejor
ese rol.
La señora Trimarco ha demostrado
tener una lengua esputadora. Sólo es cuestión de acercarle un micrófono y una
cámara de filmación para incitarla a que se condene por intermedio de sus
palabras. La Nueva Hebe
aspira a que la vida impune que le ha facilitado su situación personal y su relación con el poder le
dure para siempre.
La única exigencia que Trimarco
tiene para que, cual agraciada jovencita, la consagren Reina Nacional de los
Derechos Humanos, es que la maquinaria de fantasmas que opera produzca, cada
tanto, un nuevo motivo que la justifique. Es decir, el gran defecto de la versión
anterior de Trimarco –me refiero, claro, a la Bonafini – es que los
niños desaparecieron de sus casas sólo una vez, y, por más que se los busque (y
hasta se los encuentre), su destino es el extravío eterno. La señora de Bonafini es un poderoso símbolo del error irreparable, pues ella no es hacedora de finales felices; por ello su presencia ha ido irritando cada
vez más con los años, ya que la paciencia ante una supuesta víctima que se
dedica a enmierdar a quien no le agrada se va agotando en el buen ciudadano que la ve vomitar odio constantemente sin que nadie se atreva a acercarle un atiemético para no quedar mal parado ante la opinión pública.
Trimarco, en cambio, si puede probar que sus veneno verbal si es tolerable:
sólo debe salir a la calle, buscar a una jovencita de vida disoluta, venderle
una beca o una jubilación para que deje el oficio más antiguo del mundo el cual
eligió ejercer voluntariamente, y convencerla de que siga el guión que le
escribieron los creadores de ficción que trabajan en La María de los Ángeles. Ese
guión la exhorta a que afirme que no es una meretriz porque no le alcanza para
vivir con lo que cobra de los planes sociales, sino que lo es porque fue
raptada, violada, torturada y obligada a tener sexo con hombres a cambio de
seguir siendo mantenida con vida.
Es cada vez menos la gente que
cree que la película que produce Susana Trimarco es real. Pero, aun así, muchos
se niegan a contrariar cualquier cosa que ponga en duda su veracidad. Entonces,
cada tanto, los propios hechos dejan al descubierto los hilos del titiritero.
En enero, La María de los Ángeles buscaba
a una mujercilla que se había ausentado de su hogar. La fémina en cuestión
apareció unos días después, contó que había estado secuestrada en un galpón
junto a otras ocho de sus pares, y luego borró todas las evidencias que tenía a
su alcance y le pidió a la
Justicia que no la “revictimice” obligándola a eso tan
molesto de tener que colaborar con la investigación. Pues bien, este mes las
desventuras de las doncellas buscadas por la ONG de Trimarco tuvieron un final peculiar.
Sucede que la princesa en peligro por la que Fundación María de los Ángeles pedía
su presencia apareció en Santiago del Estero, pero detenida como cómplice de un
robo. Al parecer estaba de novia con un hombre unos veinte años más grande que
ella con quien se dedicaba a las artes de la sustracción de lo ajeno. El pobre
infeliz tuvo la suerte de caer en Santiago del Estero y no en Tucumán, ya que
de haber sido detenido aquí no se hubiese tardado ni un minuto en conocerse lo
que, “de verdad”, ocurrió: él es un proxeneta que capturó a la desdentada, le
propinó una paliza, la ultrajó, y después la utilizó para cometer un robo; y ella,
por su parte, es una desafortunada empleada y estudiante que fue raptada a
plena luz del día cuando caminaba por la calle, y que ahora, para sorpresa de
todos, padece del síndrome de Estocolmo, ese que la mueve a simpatizar con su perverso corruptor.
A Susana Trimarco la aguarda un Premio Nobel de la Paz , y, si no se puede
conseguir ello, un Óscar no vendría mal.
César Thames
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