Estimado lector,
Conversando con un sacerdote
amigo me enteré que un concejal de San Miguel de Tucumán, el radical José Luís
Avignone, osó enviarle una carta a Monseñor Zecca para pedirle que le efectúe
un llamado de atención al Reverendo Padre José Mijalchyk. Al parecer al edil le
indigna que un clérigo vista su hábito mientras tiene que tolerar una farsa
montada por una caterva de piojosos que quieren ver correr sangre para vengar a
sus muertos y cobrar sus jugosas indemnizaciones. Según Avignone, la sotana
negra y la faja púrpura –que al sacerdote le corresponde usar para no violar el
artículo 284 del Código de Derecho Canónico que rige sobre él– sugiere que
quien está siendo juzgado no es el Padre Mijalchyk sino la Iglesia Católica.
Lo que no quiere aceptar este
pintoresco pitufo con carnet de afiliado a la UCR que es Avignone, es que, en efecto, la Iglesia Católica ha sido puesta
en el banquillo de los acusados por los promotores del odio. Y junto con ella,
la otra sometida a esta ordalía del siglo XXI es nada más y nada menos que la Nación Argentina.
El Padre Mijalchyk, todos en
Tucumán lo saben, es más que inocente de los cargos que se le imputan. Pero aún
así está allí en donde no debería estar. Lo que sucede es que los promotores de
la rimbombantemente llamada “Megacausa” no se privaron de montar un espectáculo
de luces y sonidos digno de aquellos vulgarísimos eventos organizados en
Famaillá por esos Hermanos Macana apellidados “Orellana”. Así fue que se
lanzaron toda clase de acusaciones infundadas contra un gran grupo de gente
(muchos de ellos valientes veteranos del Operativo Independencia) y se
consiguió que se ponga en marcha un nuevo episodio de juicio político que se
asemeja a aquellas purgas que Stalin organizó en la URSS durante la década de
1930.
Es por esa razón que se puede ver
que perversidades como la
Megacausa sufren de niveles de audiencia bajísimos (juntan
menos público que una función de la película sobre Néstor Kirchner en la que se
les haya prohibido el ingreso a miembros de La Cámpora ). Esto motiva a
que los impulsores de la discordia se devanen los sesos para elaborar modos de
llamar la atención. Así Juan Falú –que, como lo señala su currículum vitae, es
un cantor– produce cada tanto unas epístolas en donde exhorta a que se haga más
ruido en torno a los episodios revanchistas, no sin antes honestamente admitir
que se siente apenado de que a nadie le importe el tema. Otros aprovechan las
circunstancias y, rápidos como un usurero ante un necesitado, tiran leña al
fuego: me refiero, por ejemplo, a los familiares de Myrtha Raia –una pianista
octogenaria que murió a manos de un ladrón en el mes de enero–, quienes no
tuvieron reparo en vender propaganda comunista sobre el cadáver aún tibio de la
señora. “De tal palo, tal astilla”, nunca mejor aplicado el viejo refrán.
Pero quien se merece un
reconocimiento especial en este rubro es Laura Figueroa. Figueroa no canta ni
toca el piano, pero parece que tiene profundas inclinaciones artísticas: su
especialidad sería la actuación, aunque también le interesa la narrativa de
ficción. El problema con Figueroa es que no es buena ni para una ni para otra
cosa, pero aún así no deja de intentarlo. Esta empresaria de la venganza suele
ser oportunamente amenazada cada vez que se tiene que efectuar algún anuncio de
cierta importancia para su negocio. La última denuncia que hizo al respecto es
fabulosa, pues sostiene que sobre el parabrisas de su auto alguien escribió
“ojo” con lápiz labial rojo. Amenazada y seducida al mismo tiempo, ¡es una
heroína de una novela de Danielle Steel!
Podría seguir por horas con este
asunto. Podría, por ejemplo, citar a Alicia Noli –una jueza de Santiago del
Estero que también figura como testigo de la Megacausa –, que evocó a
Auschwitz para compararlo con el Arsenal Miguel de Azcuénaga, olvidando que
también podría haber recurrido a las UMAP de Cuba o a los Campos de la Muerte de Camboya,
tragedias más profundamente reales que no gozan de la difusión de la que goza
Auschwitz. Podría hacer muchos otros comentarios, pero creo que ya he dicho lo
suficiente como para que usted, interesado lector, saque sus conclusiones. Yo,
en lo personal, incluiré al Padre Mijalchyk en mis oraciones, pues en momentos
como este los justos necesitamos de la fortaleza de Dios para continuar
peleando para que la Verdad
no sea finalmente derrotada.
César Thames
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