martes, 4 de junio de 2013

La Cruz y la Bandera en el banquillo de los acusados

Estimado lector,

Conversando con un sacerdote amigo me enteré que un concejal de San Miguel de Tucumán, el radical José Luís Avignone, osó enviarle una carta a Monseñor Zecca para pedirle que le efectúe un llamado de atención al Reverendo Padre José Mijalchyk. Al parecer al edil le indigna que un clérigo vista su hábito mientras tiene que tolerar una farsa montada por una caterva de piojosos que quieren ver correr sangre para vengar a sus muertos y cobrar sus jugosas indemnizaciones. Según Avignone, la sotana negra y la faja púrpura –que al sacerdote le corresponde usar para no violar el artículo 284 del Código de Derecho Canónico que rige sobre él– sugiere que quien está siendo juzgado no es el Padre Mijalchyk sino la Iglesia Católica.

Lo que no quiere aceptar este pintoresco pitufo con carnet de afiliado a la UCR que es Avignone, es que, en efecto, la Iglesia Católica ha sido puesta en el banquillo de los acusados por los promotores del odio. Y junto con ella, la otra sometida a esta ordalía del siglo XXI es nada más y nada menos que la Nación Argentina.

El Padre Mijalchyk, todos en Tucumán lo saben, es más que inocente de los cargos que se le imputan. Pero aún así está allí en donde no debería estar. Lo que sucede es que los promotores de la rimbombantemente llamada “Megacausa” no se privaron de montar un espectáculo de luces y sonidos digno de aquellos vulgarísimos eventos organizados en Famaillá por esos Hermanos Macana apellidados “Orellana”. Así fue que se lanzaron toda clase de acusaciones infundadas contra un gran grupo de gente (muchos de ellos valientes veteranos del Operativo Independencia) y se consiguió que se ponga en marcha un nuevo episodio de juicio político que se asemeja a aquellas purgas que Stalin organizó en la URSS durante la década de 1930.

La Megacausa no es más que una nueva persecución judicial contra viejos defensores de la patria, cuyo propósito real es el de ocultar las violaciones actuales a los derechos humanos. El abuso kirchnerista de estos atropellos jurídicos convirtió al asunto en una cuestión de minorías: de un lado se ubican unos siniestros personajes festejando fervorosamente que les ha llegado el momento de experimentar la revancha, mientras que del otro lado se ubica un importante grupo de ciudadanos argentinos que se lamentan de que a la República la estén controlando los menos aptos. Entre medio de uno y otro polo, hay una enorme cantidad de personas –la Mayoría– a las que les importa un bledo todo ello, pues tienen cuestiones más importantes o más triviales de las cuales ocuparse.

Es por esa razón que se puede ver que perversidades como la Megacausa sufren de niveles de audiencia bajísimos (juntan menos público que una función de la película sobre Néstor Kirchner en la que se les haya prohibido el ingreso a miembros de La Cámpora). Esto motiva a que los impulsores de la discordia se devanen los sesos para elaborar modos de llamar la atención. Así Juan Falú –que, como lo señala su currículum vitae, es un cantor– produce cada tanto unas epístolas en donde exhorta a que se haga más ruido en torno a los episodios revanchistas, no sin antes honestamente admitir que se siente apenado de que a nadie le importe el tema. Otros aprovechan las circunstancias y, rápidos como un usurero ante un necesitado, tiran leña al fuego: me refiero, por ejemplo, a los familiares de Myrtha Raia –una pianista octogenaria que murió a manos de un ladrón en el mes de enero–, quienes no tuvieron reparo en vender propaganda comunista sobre el cadáver aún tibio de la señora. “De tal palo, tal astilla”, nunca mejor aplicado el viejo refrán.  

Pero quien se merece un reconocimiento especial en este rubro es Laura Figueroa. Figueroa no canta ni toca el piano, pero parece que tiene profundas inclinaciones artísticas: su especialidad sería la actuación, aunque también le interesa la narrativa de ficción. El problema con Figueroa es que no es buena ni para una ni para otra cosa, pero aún así no deja de intentarlo. Esta empresaria de la venganza suele ser oportunamente amenazada cada vez que se tiene que efectuar algún anuncio de cierta importancia para su negocio. La última denuncia que hizo al respecto es fabulosa, pues sostiene que sobre el parabrisas de su auto alguien escribió “ojo” con lápiz labial rojo. Amenazada y seducida al mismo tiempo, ¡es una heroína de una novela de Danielle Steel!

Podría seguir por horas con este asunto. Podría, por ejemplo, citar a Alicia Noli –una jueza de Santiago del Estero que también figura como testigo de la Megacausa–, que evocó a Auschwitz para compararlo con el Arsenal Miguel de Azcuénaga, olvidando que también podría haber recurrido a las UMAP de Cuba o a los Campos de la Muerte de Camboya, tragedias más profundamente reales que no gozan de la difusión de la que goza Auschwitz. Podría hacer muchos otros comentarios, pero creo que ya he dicho lo suficiente como para que usted, interesado lector, saque sus conclusiones. Yo, en lo personal, incluiré al Padre Mijalchyk en mis oraciones, pues en momentos como este los justos necesitamos de la fortaleza de Dios para continuar peleando para que la Verdad no sea finalmente derrotada. 


César Thames

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