sábado, 14 de septiembre de 2013

Un monte Taigeto para Griselda Barale

Pesando en el Bicentenario de la Independencia Nacional, el gobierno municipal tucumano comenzó a desarrollar una serie de obras para reacondicionar algunos espacios públicos en los que se conmemora y glorifica nuestro pasado común. Entre esas obras está la “Avenida de los Próceres”, que es el nombre que reciben un conjunto de estatuas ubicadas en el Parque 9 de Julio, sobre la vereda que acompaña a la Avenida Alberto Soldati: Nicolás Avellaneda es quien comienza la serie, y Julio Argentino Roca es quien la concluye, dejando que entre medio de uno y otro presidente tucumano se ubiquen Juan Bautista Alberdi, Gregorio Aráoz de Lamadrid, Ildefonso de las Muñecas y varios otros.  

Pues bien, sucede que Griselda Barale –aparentemente una profesora de Estética en la Universidad Nacional de Tucumán– tuvo los bríos de proponer que dichos monumentos sean vandalizados. Justifica semejante insolencia para ella el hecho de que la mayor parte de las esculturas fueron realizadas en la década de 1970, cuando el General Antonio Domingo Bussi era Gobernador, por lo que, según su opinión, tendrían un origen que conviene despreciar (como si fuese necesario hoy, a más de 35 años de aquellos sucesos, rechazar un estilo de administración de los destinos del país cuyo retorno se ha vuelto urgente). Además –agrega Barale– las estatuas son de mala calidad, “desproporcionadas, feas y mal terminadas”, pues, según cuenta la leyenda, los artesanos que las hicieron tuvieron poco tiempo para concluirlas.

A la tal Barale le molesta que los monumentos sean de inspiración nacionalista y que hayan sido sugeridos por una “mentalidad del siglo XIX”. Entonces todo ello sería excusa suficiente para dejar que algún mentecato manche con su mediocridad la pulcra memoria de los grandes hombres que ha dado la provincia, exhumando la subversión cultural que, precisamente, esas estatuas tienen por objeto sepultar. ¡Pobres prohombres del Tucumán! ¡Se sacrificaron por la patria sólo para que un opaco hombrecillo o una obscura mujercilla pueda demostrar lo poco que entiende sobre lo Bello y lo Verdadero! ¡Perdonaos por la miopía, vosotros, gloriosos espíritus tucumanos!

Lo más penoso de esta profesora parlanchina es que no se priva de proponer también que, en caso de no prosperar su incitación al infantilismo, directamente habría que quitar las estatuas y hacerlas desaparecer, como quien captura a alguien por la calle y lo aniquila sin mostrar después el cadáver.

De más está decir que repudiamos con total vehemencia a la promoción de semejante salvajismo en nombre del Arte. Con ese criterio tan estúpido de eliminar o banalizar algo que constituye nuestro espacio cultural común sólo por el hecho de que no nos satisface ni estética ni ideológicamente, entonces –al igual que aquellos paganos que nunca vieron una Cruz– habría que arrojar a miles desde la cima del monte Taigeto, a miles incluyéndola a Barale.

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