martes, 24 de marzo de 2015

La vacuna contra la “bettyanidad”

Apreciado lector,

Usted, como yo, seguramente lo dijo: “¡otra vez esta energúmena!”. Fiel a su estilo, Beatriz Rojkés de Alperovich no se privó de acusar a una víctima del inmundo delito de ser víctima. “¡Cómo osan estos obscuros cuestionar a quienes los salvan de la miseria a la que ellos mismos se condenaron!”, pensó la Senadora. Y, acto seguido, arremetió contra uno de esos hijos de la tierra a los que el agua les arrasó la vida.

Que no se interprete de modo errado: las personas pueden manifestar su desprecio ante ese pueblo que, con tal de tener el estómago caliente, son capaces de vender hasta a sus propios hijos, pues ello es siempre más fácil que trabajar de sol a sombra. Ciertamente pensar de ese modo resulta impopular por estos días, pero, le pese a quien le pese, es un modo legítimo de opinión. Sin embargo lo que resulta despreciable es la hipocresía: afirmar que se trabaja para el bienestar de esos personajes cuando se los maltrata verbalmente de un modo tan explícito como hizo la mujer del Zar es vomitivo. ¿Se imaginan que repugnante sería ver a una Hermana de la Misericordia que insulta a un leproso por gemir adolorido mientras ella le limpia sus llagas? ¿O cuan chocante sería enterarse de que hay un pastor que sólo se acerca a su rebaño para azotar a las ovejas? ¿O que una persona elige como oficio el servir a los demás y cuando le toca actuar se comporta como si les estuviese haciendo un favor que nadie más puede hacer?

Beatriz Rojkés de Alperovich no tiene vocación de servicio y mucho menos espíritu de caridad. Su destino era su cocina, su jardín, su sala de estar, el interior de su mansión y, claro, la sinagoga. Pero la democracia la puso donde está. Y, pese a que son cientos de miles ya los que le demandan que renuncie a su cargo, ella se resiste a hacerlo. Entonces asegura que cada vez que abre la boca y expulsa hacia el mundo el putrefacto producto de un cerebro maltratado por los berberajes, las píldoras y la ansiedad hay una conspiración detrás para arruinar su imagen.

En alguna ocasión la mujercita dijo usando un tono de lamento que no había vacuna contra la Iglesia Católica. Con el mismo tono digo yo que no hay vacuna contra la bettyanidad. Si en efecto la hubiera qué fácil sería aplicarles a todos esos votantes una dosis de la poción por vía inyectable, para que sus niveles de dignidad y autorespeto se incrementen al punto tal de que les nazca negarles el apoyo a estos corruptos de pacotilla que tanto asco les tienen. Pero mientras existan unos, existirán los otros, y mientras haya democracia, los esclavos se entregarán felices a sus viles amos, del mismo modo en que las chozas y los ranchos se entregan con pasividad a la furia de la naturaleza.


César Thames 

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